Casi tan importante como los personajes, son los escenarios en los que se desarrolla una historia. Por ello he querido mostraros cada semana los lugares más importantes en los que tienen lugar escenas clave de la novela.
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Magda |
Magda es sin duda el personaje que lleva el peso de la novela, aquella que teje la historia y que no duda ante nada ni nadie, pues su amor por Karl, la hace fuerte y decidida.
Como amante de la música clásica solía acudir a los conciertos que se celebraban por toda la ciudad a escuchar las composiciones de los grandes clásicos, fue así como conoció al que se convertiría en el gran amor de su vida: Karl. Un joven que la amará hasta el final, y cuyo destino propicia que ella se embarque en una delicada misión.
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Karl |
En aquellos años era muy habitual que las orquestas deleitaran a los ciudadanos con recitales y conciertos musicales en los parques emplazándose en los kioskos de música. Un espacio emblemático en el que la gente solía evadirse durante los minutos que durase el espectáculo y disfrutar de una paz que pronto acabaría.
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Kiosko de música de la época.
Aquí os dejo un fragmento de la escena en la que ambos se conocen en este idílico escenario:
«...Cuando todo comenzaba a cambiar, yo todavía no era
consciente de lo que aún estaba por llegar, para mí todo era como si fuera un
extraño sueño en el que todos nos veíamos involucrados, quisiéramos o no. Yo
trabajaba de traductora para una pequeña editorial de libros, fundamentalmente
de poesía, aunque a veces caían en mis manos biografías de artistas —sobre todo
alemanes—, como pintores, escritores, etc. Por tal motivo nos hacían llegar
programas de conciertos o festivales de música —como el de Salzburgo—, al que
estábamos invitados, ya que «promocionaban la cultura alemana».
Se trataba de conciertos al aire libre, donde sobre todo
se escuchaba música de Bach. En uno de estos conciertos —en los que, por
cierto, solía asistir de buen grado, ya que adoro la música tenga la
nacionalidad que tenga el autor, independientemente de que me «invitaran» en el
trabajo a asistir—, conocí a Karl. Estaba sentado a mi lado y no pude evitar
mirarle; se le veía tan absorto en la música que parecía que nada ni nadie
podría distraerle su atención, hasta que se percató de mi presencia. Me vi
obligada a entregarle el programa que se le había caído sobre el césped junto a
mi silla, y eso propició que empezáramos a hablar:
—¿Le gusta el
concierto? —le pregunté.
—Por supuesto que
sí —respondió nervioso.
Debo reconocer que, a simple vista, la primera impresión
que me llevé de él nada más verle no me gustó demasiado, le encontraba bastante
aniñado, me pareció un adolescente que no sabía cómo reaccionar ante la primera
chica que le gusta. No dejaba de mirarme. Yo llevaba un vestido blanco del que
con el tiempo me diría que fue, precisamente por su color, por lo que había
depositado sus ojos en mí, ya que, según él, me hacía parecer un ángel...»
(Lágrimas de Amor y Guerra de Marian Rivas)
¡Nos leeemos!
Marian Rivas
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