Noche
de reyes
Como
cada año la familia Martín se preparaba para pasar otra noche de reyes sin
regalos, pues apenas llegaban a fin de mes y el hecho de tener un paquete
envuelto en papel brillante junto al Belén era un lujo que no se podían
permitir. Pese a la desilusión de cada año Pedrito no perdía la esperanza, como
cada Navidad había escrito la carta a Sus Majestades y la había echado al buzón
rogándole al niño Jesús que por favor esta vez llegase a su destino, pues ya
sería el tercer año consecutivo que se extraviaba y no llegaba a destino ya que
no recibía regalos desde entonces.
A su
madre se le partía el alma al ver la ilusión de su hijo y se sentía impotente
por no poder hacer nada por cambiarlo. Hasta el último momento había mantenido la
esperanza de comprarle un regalo aunque fuera humilde, guardando unos céntimos
de lo que le pagaban por la ropa que lavaba y planchaba pero el retraso en el
pago de unos encargos, la obligó a cambiar el destino de ese dinero para
gastárselo en comida, pues de regalos no se vive y de comer sí.
La
mañana del 6 de enero Pedrito se levantó con los primeros rayos de sol y caminó
con sigilo hacia el salón, pues no quería perturbar el sueño de sus padres
mientras él mismo soñaba despierto con encontrarse el camión de bomberos rojo
que veía en el escaparte de la tienda de juguetes que había camino del colegio,
y que siempre contemplaba colocando sus manos sobre el cristal del escaparate.
Su
sorpresa fue mayúscula cuando divisó un paquete envuelto en papel de periódico
junto a sus zapatos. ¿Sería un regalo? Lo miró dudando pues tenía entendido que
los reyes solían envolver los presentes en papel de colores brillante y ese
distaba mucho de parecerse a eso. De todos modos se fijó bien, lo tomó en sus
manos y abrió los ojos y la boca con asombro, pues su nombre estaba escrito
sobre él: Pedrito. Lo abrió con
prisa, con la impaciencia contenida de años de decepción y fue cuando descubrió
el camión de bomberos más bonito que había visto jamás: rojo con ruedas
fabricadas con tapas de latas de pintura, el cartón duro de las cajas que
albergaban dichas latas y que su padre había rescatado de la fabrica en la que
trabajaba, así como la pintura sobrante de estas, con las que lo había pintado.
Es verdad que no se parecía en nada al de la tienda, pero para él era mucho
mejor, pues ¡Por fin los Reyes Magos se habían acordado de él!
Marian Rivas
¡Es un cuento hermoso! La alegría y los sueños de un niño no tienen precio y solo ellos saben valorar las cosas más sencillas que al final son lo más importante.
ResponderEliminar¡Me encanto, saludos!
Muchas gracias Maria, yo también creo que la infancia es la mejor época para soñar y valorar las cosas tal y como son.
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